La gente posterga el desorden porque es molesto darse cuenta de que existe.
Admitir que hay un caos implica que tienes que levantarte, moverte, interactuar con el desorden hasta que desaparezca.
Más molesto es hacer todo eso cuando no quieres hacerlo. Ordenas sin querer ordenar. Limpias sin querer limpiar. Trabajas sin querer trabajar.
Actuar así es como existir sin querer existir. Es la fórmula perfecta para vivir en sufrimiento perpetuo.
Pero quien no lo evita, quien no pone una sola barrera entre sí mismo y el desorden, se unifica con el desorden para interactuar de forma directa y personal con éste. Inmediatamente comienza a dialogar con él, a escucharlo, entenderlo, a sentir su malestar, su enfermedad. Siente el dolor del desorden, comienza a sanarlo con una compasión genuina. Acomoda cada objeto en su lugar, limpia cada rincón, balancea todo desbalance.
Al terminar lo que queda es una habitación que respira sin obstrucciones. La morada regresa a su estado primordial.
No hay resistencia, no hay duda, no hay reflexión. Solo hay acción. Quien tiene esta unión con su entorno ni siquiera puede sentarse a pensar si actúa o no. Simplemente la acción sucede. Así como un músico empieza a tocar cuando ve su instrumento musical. Así como un basquetbolista comienza a jugar cuando ve un balón y una canasta. Así como un dibujante comienza a dibujar cuando observa una hoja en blanco a un lado de su pluma.
¿Y cómo se logra esta unificación con nuestra morada? Entendiendo que uno no es un suceso diferente y separado del lugar.
¿Y cómo se entiende eso? Verificando que uno no posee existencia inherente.
Como dicen los maestros, uno es una ola del océano. El yoga nunca se trató de ser la gota de agua que se une con el mar, sino de simplemente saber que nunca dejamos de ser un aspecto del mar.
La acción correcta, en este sentido, es un movimiento como la marea, como el movimiento de las corrientes submarinas. Es un suceso natural que ocurre simplemente porque las condiciones están presentes: Si hay desorden, uno es la corriente líquida que lleva las cosas a su lugar.
No hay quien decide ordenar, no hay quien lo piensa, ni quien se resiste. Ni siquiera hay alguien que ordena. Solo hay una transición del caos a la armonía en donde no se puede discernir cuándo termina uno y comienzael otro.
Para que esta danza sin danzantes comience, es necesario estar dispuestos a estar aquí. Ese es probablemente el reto más difícil de todos. Estar dispuestos a estar aquí para desaparecer en el trabajo que hay que realizar. No es una mera disposición a ensuciarse las manos. Es volverse la tierra misma para trabajarla hasta dar frutos.
Hay que estar con lo que hay que hacer. Y el problema es que rara vez estamos con lo que hay que hacer. Lo cual hace todo insufrible.
Pero si estás aquí sin tener que esforzarte a estar, serás todo este suceso dinámico. Serás el sentido de este momento. No habrá diferencia entre tu razón de ser y la de este suceso que ocurre en el presente.
Si hay desorden, eres la transición al orden.
Si hay materia prima, eres la creación de la obra.
Si hay instrumentos musicales, eres la interpretación de la pieza musical.
Eres los dedos que teclean cada letra de tu siguiente ensayo, novela o poema. Eres cada flexión y extensión de tus extremidades enfocadas en esculpir tu cuerpo.
Y por supuesto, eres el producto final, aun cuando tus obras acaban en manos de alguien más.
Porque al final de eso se trata, de ser esta acción que transforma en oro todo lo que toca, para instantáneamente regalarlo a quien lo necesite, incluyéndote a ti mismo.
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